Entrar en Vijayanagar, a unos 5 km del turistico pueblecito de Hampi, es como recrear uno de esos cuentos que de pequena me adentraban en paisajes magicos, cielos celestes, nubes esponjosas que recorria saltando una tras otra y enormes castillos empedrados con balcones desde los que era posible rozar las estrellas.
Rompiendo con lo antiguo, atravesamos con una scooter la calzada arenosa, silenciosa, entre colores verdes y anaranjados, para divisar las ruinas de decenas de templos y rompernos la cabeza tratando de remontarnos al estilo de vida, la cultura y las costumbres de nuestros companeros cientos de anos atras. Siglos de erosion han creado en este lugar formaciones de piedras con equilibrios imposibles.
Nos hospedamos en una cabana de barro con un tejado de paja que parece ahogarse con la lluvia. Frente a la puerta piedras gigantescas, un lago precioso, pajaros, naturaleza. Dentro de nuestra cueva, nidos de cucarachas, orugas, mosquitos, aranas y hormigas gigantes.
Cinco minutos de viaje en barca parte Hampi en dos mitades. Una parte es sagrada, absolutamente vegetariana, con templos hinduistas donde los locales acuden para venerar a los distintos dioses con bolsas de fruta, incienso y flores; la otra parte es hippy, relajada, carnivora y cervecera. En esta ultima visitamos el templo Hanuman, invadido por completo por graciosos monos que no desaprovechan un solo despiste para hurgar en tu mochila o lanzarse sobre cualquier alimento u objeto que portes. Mas de 30 maravillosos minutos de empinadas escaleras merecen la pena para disfrutar de unas vistas increibles y descansar sobre un tejado que, por supuesto, tuvimos que compartir con los monos.
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