Buscar este blog

domingo, 3 de octubre de 2010

UN LUGAR REMOTO PERDIDO ENTRE LOS HIMALAYAS

Un lobo salvaje ha visitado esta noche la pequeña aldea montañosa de Lhalung, en el Valle de Spiti. Sus garras y afilados dientes han devorado el costado de uno de los dos burros que posee la humilde familia india que nos hospeda en su choza de barro. Lobzang, padre de familia numerosa, hace lo posible por mantener en vida al pobre animal que rebuzna de dolor. Su pérdida podría suponer un gran choque en los escasos ingresos con los que subsisten en un lugar donde la posesión de tierras y animales es crucial. Mientras tanto, Dolma, una joven mujer de mirada dulce y cariñosa, tez tan fina como la porcelana y tronco esbelto escondido bajo un punjabi de tela roja hasta las rodillas y pantalón bombacho amarillento, prepara una sopa de tallarines para sus dos mellizos de 4 y la más pequeña y caprichosa, Ringzinpalmo, de 2 añitos que se han subido al bordillo del lavadero situado en una esquina de la cocina-comedor-salón, para lavarse las manos aprovechando, literalmente, hasta la última gota de agua.


Los diez años de duro entrenamiento en la armada se reflejan en el robusto, fibroso aunque comprimido cuerpo de Lobzang. Entre sus dientes superpuestos chapucea el inglés aprendido en sus continuos viajes de combate por la India. Huérfano de padre desde crío y de madre al cumplir los 20, ambos atacados por enfermedades curables pero sin ningún médico en la aldea que las pudiera tratar, ingresó en la armada tras la negativa de su hermano mayor, Tashi, de compartir las tierras que por ser primogénito le pertenecían. Soltero y sin un céntimo que gastar, sin tierras ni recursos, optó por ser acogido entre las filas de guerreros que se juegan la vida a diario en las incansables guerras que desde 1985 bombardean el frente de Cachemira, frontera con Pakistán, país que en 1948 formaba parte de India.

Un buen día, sentado junto a sus compatriotas con los que se había aficionado a beber y a jugar a las cartas, recibe una llamada. Es su hermana menor, casada con un funcionario al que dio dos hijos junto los que forma una de esas familias que permanecen días enteros removiendo piedras, arena y bloques de cemento sobre el asfalto, tarea necesaria por los habituales desprendimientos, baches o roturas interminables que recubren la práctica totalidad de las carreteras indias.

-Hermano, pide permiso para volver a la aldea lo antes posible. Vas a casarte con Dolma. Tres meses después, en el verano de 2002, Dolma y Lobzang, enlazaban sus corazones desconocidos para toda la vida.

Gracias a la pequeña posesión de tierra que la mujer había heredado fueron llenando poco a poco una hucha de ilusión. Pero excluyendo los ochenta días de permiso que Lobzang fracciona para visitar a los suyos, Dolma es el único elemento de la familia que trabaja desde la salida hasta la caída del sol en la pequeña plantación de trigo y otras legumbres de su posesión, siempre acompañada de sus tres trastos que al cumplir los seis o siete años comenzarán a labrar la tierra junto a su madre. No van a la escuela más que uno o dos días por semana y no siempre tienen la suerte de contar con la presencia del maestro que suele frecuentar el aula aún menos. Ninguna queja es recibida por los padres, más preocupados por mantener viva la tierra que les llena el plato de comida cada día que por la enseñanza de manos útiles y necesarias. Así ninguna educación es posible!

Sentados en el pequeño porche del hogar cubierto por un mar de estrellas alucinante, saboreando un wishky a palo seco, que me he visto obligada a mezclar con agua y aun así bebo a duras penas por su horrible sabor a madera y su fuerte contenido en alcohol, Lobzang se sincera:

-Creo que dedicaré otros cinco años a mi país combatiendo en los frentes de guerra. Aunque a veces el miedo te envuelve, se vive muy bien, sabes? Paso muy buenos ratos con mis compañeros -explica mientras bebe y prepara una mezcla de tabaco de mascar con un líquido que lo mantiene jugoso entre los dientes. Adoro a mis tres pequeños pero India me necesita. Desde la puerta percibo nerviosismo e incomodidad en el rostro de Dolma que recoge los artilugios de cocina con la cabeza gacha. No parece compartir la idea de que su marido decida voluntariamente continuar alejado de su familia.

A la mañana siguiente, como todos los días, las vecinas de esta diminuta aldea se saludan en su camino hacia las plantaciones de tierra cargando enormes triángulos de paja sobre la espalda con el almuerzo y varias hoces, sus armas de trabajo indispensables. Haciendo equilibrio sobre los canales de riego que alimentan las distintas parcelas a la vez que sirven de camino hacia ellas. 

Una garrafa de agua, un termo de té caliente, algunas tortas de chapati, dal, una pasta dulce amarillenta muy energética y algunos frutos secos. Cubiertas por la sombra de un matorral, Dolma y su hermana, exhaustas de trabajar la tierra preparan bocados iguales para las cinco bocas de colibrí que aún corretean entre montones de paja, respirando el aire puro de los Himalayas, que destellan una luz anaranjada entre el azul celeste del cielo. Un paisaje de ensueño que se refleja en los ojos cristalinos brillantes de felicidad de los niños. Un doble plato será servido a Lobzang por ser el elemento más fuerte y con mayor rendimiento.

La aldea duerme hasta las seis de la tarde cuando las familias vuelven a sus casas y recogen de vuelta a sus rebaños. Un día cualquiera en un remoto lugar de la India donde abundan los más pequeños, fruto de casamientos no siempre muy agraciados, en vistas a una perpetuación en el trabajo de la tierra.

viernes, 1 de octubre de 2010

INDIA AGRICOLA, FASCINANTE, AUTENTICA

Según un artículo publicado en la revista GEO, "Spiti es uno de los pocos lugares en el mundo donde animales y humanos comparten un paisaje". Afortunadamente leí este artículo después de realizar senderismo por este valle donde por lo visto leopardos de nieve en peligro de extinción campan a sus anchas...

Independientemente de ello, la combinación de montaña, desierto, vegetación, río, nieve, gentes y aldeas del valle de Spiti regalan estampas que quedarán grabadas en mi mente por mucho tiempo. Un lugar recientemente abierto a los turistas que alberga imágenes mágicas de la inmensidad del Himalaya y te envuelve en una cultura tradicional budista pura, sin rituales ni parafernalias que en algunos lugares realizan para satisfacer a los turistas.

 El viaje comienza a los pies de un buda dorado gigante dispuesto en lo alto de una colina en Langza. Con un mapa carente de detalles, entre búfalos, vacas, cabras y ovejas, empezamos a andar con el propósito de llegar a Komic, la primera aldea con el monasterio más alto de toda Asia, a unos 4600 m de altura, y uno de los lugares habitados más altos del mundo.

Andar, andar y andar a veces hasta diez horas diarias por tierras perdidas, sin un solo turista mas que nosotros, en busca de algún poste de electricidad que advierta señales de vida civilizada no resulta demasiado fácil. Sin guías, ni referencias, después de estos 5 días de ruta, pienso que algún ángel nos guiaba desde ahí arriba compadeciendose de un grupo de siete aventureros inconscientes que se las vieron y se las tuvieron escalando sobre montones de rocas, cuestas que derrotaban nada mas verlas, caminos al borde del abismo, descensos que te veías obligado a bajar con el trasero a modo tobogán, puentes inseguros, sencillos troncos de árbol para cruzar valles o pasos sobre la caída de cascadas de decenas de metros de altura... Sumando a ello los problemas respiratorios y jaquecas que sufrieron algunos debido a la altitud, llegando a un máximo de 4800m sobre el nivel del mar.

Los momentos de mayor tensión aparecen cuando se acerca la noche, la oscuridad total, y aún no hemos dado con nuestro destino. Imaginé varias veces un sueñito entre las montañas con leopardos de nieve, todo tipo de insectos y arañas y un frío de mil demonios...mmmmmm....apetecible! Que pena no haber podido disfrutar de esa experiencia única...Que pena! :-P  Siempre encontramos un final feliz, como en las películas de Disney.

Vida, vida! Todos saltamos de alegría cuando descubrimos casas en plena montaña siempre pintadas de blanco con montones de paja sobre el tejado y dos o tres pequeñas ventanas en la fachada. Recargamos energía olvidando el dolor de los músculos que parecen estallarnos bajo la piel y corremos hasta llegar a alguno de esos hogares particulares. Nos reciben amables sonrisas, con rasgos más nepalíes que indios, tez más clara, ojos más rasgados, algo más tímidos y reservados, pero manifestando esa gentileza, amabilidad y sencillez indias. Parecen gnomos en casitas de muñecas!

Con una mezcla de boñiga y leña utilizada como combustible la mujer prepara chai en un fogón que a su vez calienta el saloncito donde nos reunimos sentados sobre alfombras viejas, desgastadas, acurrucados en mantas de algodon, frente a un banco de madera como mesa. Algunas galletitas y una especie de judías verdes sin cocer nos sirven de tentempié. Más tarde momos, típica comida tibetana en forma de medias lunas o bolitas de pan cocido con verduras en su interior que, por cierto, he aprendido a cocinar! Los desayunos suelen ser dos chapati untados en una deliciosa mantequilla de jak con un característico sabor a... caducado... para empezar el día con energía, si señor!

Frente a nosotros una estantería preciosa con cacerolas y todo tipo de artilugios perfectamente ordenados que esconde una puerta secreta !Como en las aventuras de Scooby Doo! Allí guardan las reservas de arroz, verduras y legumbres que cada día trabajan en las plantaciones dispuestas en cuadriculas perfectas alrededor del pueblo. Al llegar a casa, tras una larga jornada de trabajo, encienden el pequeño televisor y siempre la misma telenovela india que siguen "a cachos" debido a los continuos cortes de luz, donde abundan los primeros planos y las imágenes a cámara lenta que hacen de un parpadeo una verdadera siesta... Están enganchadisimas!

El baño es un simple agujero en un suelo de barro y paja, parecido al de un establo, repleto de moscas. Llega el momento de la ducha, o no ducha en ocasiones. Una fina cortina separa el cuadrado de cemento, que actúa como lavabo, del pasillo de la vivienda. Con la ayuda de un cazo y un barreño con agua hirviendo salimos relucientes. Ese mismo agua es la que utilizamos para rellenar nuestras botellas, elemento necesario para continuar la marcha.


En estas aldeas sin tiendas, colegios ni hospitales, sin agua corriente ni electricidad (solo en el momento telenovela), amanece con el sonido de las cabras, burros y ovejas que saludan desde la ventana de nuestra pequeña cueva. Los aldeanos ya han salido a pastar y agarran entre varios a los jaks, animales robustos, peludos, difíciles de domar.  Las mujeres cargan kilos de paja y leña sobre sus espaldas y los niños corretean de arriba a abajo con un palo en sus manos aprendiendo a domar a las vacas a base de latigazos.