Tres días de incertidumbre transcurren hasta que logro encontrar la maleta. Pero no sólo eso, sino también a un nuevo compañero de viaje, David, que estaba en mi misma situación, tirándose de los pelos tratando de encontrar el único punto de apego que podía otorgarle un poquito de seguridad y tranquilidad en su primer encuentro con esta ciudad inmunda, su equipaje.
Elegimos el hostal “The Salvation Army” que se encuentra en la zona de Colaba, uno de los sitios más económicos de Bombay y aún así más caro que en cualquier otra parte de India: 725 rupias por dos camas, unos 12 euros.
Un paseo por Colaba recuerda a la zona residencial de una gran ciudad, con buenos coches aparcados, altos edificios, grandes palacios, lujosos hoteles… La única diferencia es que todos estos inmuebles han sido corroídos año tras año por el fuerte monzón que abarca los meses de mayo a octubre y por la gran contaminación. Son edificios antiquísimos que poco parecen haber sido cuidados y pintados con frecuencia.
La Puerta de India está a unos 200m de nuestro alojamiento. Está situada en una gran plaza cerca de un acantilado. El agua tiene un color marrón verdoso que, aunque te sientas pegajoso y acalorado por el húmedo y agobiante ambiente o aun te cague uno de los cientos de cuervos y palomas que sobrevuelan la zona, le quitan a uno cualquier deseo de pegarse un chapuzón entre cúmulos de basura que se amontonan a orillas del mar.
Todos buscan la forma de sacar algunas rupias. Una de las maneras más peculiares es pasearse con un termo de chai (especie de té con sabor a café con leche, bebida muy típica de India) invitando a aquellos madrugadores que disfrutan de la brisa matinal en el paseo marítimo. Otro medio de supervivencia para los locales parece ser una simple báscula. Sentados en cualquier rincón de la calle te invitan a pesarte. Un joven se acercó para ofrecer hachis, marihuana… otro medio de supervivencia menos agradable.
A las siete de la mañana entramos en el dining room del “Salvation Army”. Hay unas quince mesitas de madera rodeadas de sillas de plástico. Curioso el decorado navideño del techo a pesar de haber pasado casi siete meses desde la festividad de la navidad. Hay fotografías de la Madre Teresa y de Cristo. Cuál es nuestra sorpresa al ver que los trabajadores del hotel se agrupan en un círculo alrededor de una de las mesas y comienzan cánticos y discursos religiosos. ¡Estamos en un hostal cristiano! Una de las minorías en este inmenso país.
Nada más bajar, el recepcionista, nos pasa el teléfono por el que estaba hablando. El interlocutor nos propone un día en los estudios de Bollywood como extras para una escena. Si quieres visitar los establecimientos de Bollywood por tu cuenta te cobran la friolera de 100 dólares. Sin pensarlo demasiado aceptamos la proposición. Horas más tarde llega a la puerta del hostal un hombre que se identifica con una tarjeta “Casting Stars, Agency for foreign models”. Nos ofrece comida gratis y 500 rupias por una jornada de 12 horas impregnados de Bollywood.
Durante un trayecto de 3 horas debido al denso tráfico de las carreteras de Bombay, resulta interesante la diversidad de paisajes que se divisan: tan pronto recorres una zona repleta de altos e imponentes edificios como un amplio hormiguero de chabolas construidas con plásticos, viejos trozos de madera o cajas. A pesar de ser un lugar alegre y colorido por la innumerable mezcla de telas y trapos que adornan los cuerpos de sus más de 16 millones de habitantes, Bombay parece estar triste. Los colores grisáceos del cielo monzónico parecen reflejarse en las caras de muchos. Aunque sigue floreciente esa amabilidad generalizada en la capital de Maharashtra.
Además de sentir esos continuos contrastes, lo que realmente provoca palpitaciones insostenibles es el asiento trasero de cualquier transporte con un indio al volante. “Ciudad sin ley en la carretera” sería una buena síntesis de lo que ocurre no sólo en Bombay sino en casi todas las ciudades que he visitado en este enigmático país. ¿Los semáforos? Un estúpido gasto de luz. ¿Las líneas de delimitación de carriles? Una inservible inversión en pintura. Si cruzas, además de contar con el inconveniente de que conducen en sentido contrario al europeo, tendrás que mirar de forma obligada a cualquiera de los sentidos. No sería la primera vez que me atropella una moto que circula en dirección contraria.
En definitiva, la conducción al estilo indio es un auténtico caos. Para poder sobrevivir necesitarás estar en forma para ser capaz de saltar hacia y desde cualquier autobús en marcha, ya que ninguno suele parar del todo y si lo hiciera arrancaría antes de conseguir posar ambos pies en su interior. Y también se debe estar preparado para correr a toda velocidad detrás del autobús que no se ha dignado a detenerse en su parada. Pero lo imprescindible en el segundo país más poblado del mundo es la paciencia. Paciencia, paciencia y más paciencia. Es como si hubieran decidido olvidar el tiempo.
Una vieja puerta de hierro se abre dejando pasar al autocar en una zona arenosa con 5 salas bien diferenciadas. Hemos llegado a uno de los estudios de Bollywood. En una de ellas encontramos el camerino. Es una amplia habitación donde tienen colgados cientos de prendas de ropa, no de segunda sino de quinceava mano, y grandes maletas repletas de zapatos usados y bien machacados. Me adjudican una cortísima falda y una camiseta color lima-limón y rosa fosforito con recortes por todos lados. El resultado ya se puede imaginar. Tras unas pinceladas de maquillaje y un peinado al estilo Amy Winehouse nos desplazamos al plató: una sala disco donde pretenden recrear un ambiente neoyorquino. Luces de todos los colores, gogo’s y hasta una banda de música que toca entre chorros de agua que inundan una especie de dique en el que están sumergidos. En fin, no sé si muy neoyorquino, pero era para partirse de risa. Era como entrar en un peculiar “Pacha Bombay”.
Dos o tres hombres se encargaban de atornillarnos los oídos con un continuo ¡ssshhhhhhh! ¡Silenceee! ¡ssshhhhhhh! ¡Silenceee! Nuestra labor consistía en bailar con los brazos arriba, dándolo todo, pero eso sí, ¡sin música! Recordando la jornada con estas palabras no puedo parar de reír… Un principio apasionante. Pero a medida que pasaban las horas, eso de debutar como “extra de Bollywood” empezaba a ser un poco agotador. Horas y horas de espera en el camerino que sin duda eran interrumpidas con curiosas anécdotas como la invitación a un cumpleaños “privado” en un espacio separado por paredes de sábanas, con tarta de chocolate incluida. Parece que a los indios les gusta el toque occidental para cualquier cosa. Un largo día que nos llevó directos al inconsciente de los sueños nada más llegar al hostal, cuya valla metálica ya estaba cerrada y tuvieron que abrirnos.
Es común reflexionar sobre la pobreza de India, pero resulta difícil encontrar una solución. Darle una moneda a cada mendigo que se acerca a pedirte no arreglaría nada, es más, en muchos casos lo único que provocaríamos sería el enriquecimiento de la multitud de mafias que se apoderan de niños, en su mayor parte, que explotan en las calles o a través de redes de prostitución. Parece inevitable preguntarse hasta qué punto puede llegar la maldad del ser humano. Personas que por asquerosos fines lucrativos rocían con ácido los rostros o amputan extremidades para que sus esclavos den más pena a la hora de mendigar. El alquiler de bebés demuestra también el nivel de miseria que viven muchas familias. Prestan por días y a cambio de unas pocas rupias a bebés de menos de un año que luego jóvenes mujeres pasean en sus brazos como si de un muñeco se tratara, con la cabeza colgando y sin preocuparse por los golpes que pueda recibir. Resulta extremadamente alarmante. Y aunque soy absoluta defensora de muchos de los aspectos que este país nos regala, también hay muchas situaciones que deberían ser abolidas por completo.
Además de sentir esos continuos contrastes, lo que realmente provoca palpitaciones insostenibles es el asiento trasero de cualquier transporte con un indio al volante. “Ciudad sin ley en la carretera” sería una buena síntesis de lo que ocurre no sólo en Bombay sino en casi todas las ciudades que he visitado en este enigmático país. ¿Los semáforos? Un estúpido gasto de luz. ¿Las líneas de delimitación de carriles? Una inservible inversión en pintura. Si cruzas, además de contar con el inconveniente de que conducen en sentido contrario al europeo, tendrás que mirar de forma obligada a cualquiera de los sentidos. No sería la primera vez que me atropella una moto que circula en dirección contraria.
En definitiva, la conducción al estilo indio es un auténtico caos. Para poder sobrevivir necesitarás estar en forma para ser capaz de saltar hacia y desde cualquier autobús en marcha, ya que ninguno suele parar del todo y si lo hiciera arrancaría antes de conseguir posar ambos pies en su interior. Y también se debe estar preparado para correr a toda velocidad detrás del autobús que no se ha dignado a detenerse en su parada. Pero lo imprescindible en el segundo país más poblado del mundo es la paciencia. Paciencia, paciencia y más paciencia. Es como si hubieran decidido olvidar el tiempo.
Una vieja puerta de hierro se abre dejando pasar al autocar en una zona arenosa con 5 salas bien diferenciadas. Hemos llegado a uno de los estudios de Bollywood. En una de ellas encontramos el camerino. Es una amplia habitación donde tienen colgados cientos de prendas de ropa, no de segunda sino de quinceava mano, y grandes maletas repletas de zapatos usados y bien machacados. Me adjudican una cortísima falda y una camiseta color lima-limón y rosa fosforito con recortes por todos lados. El resultado ya se puede imaginar. Tras unas pinceladas de maquillaje y un peinado al estilo Amy Winehouse nos desplazamos al plató: una sala disco donde pretenden recrear un ambiente neoyorquino. Luces de todos los colores, gogo’s y hasta una banda de música que toca entre chorros de agua que inundan una especie de dique en el que están sumergidos. En fin, no sé si muy neoyorquino, pero era para partirse de risa. Era como entrar en un peculiar “Pacha Bombay”.
Dos o tres hombres se encargaban de atornillarnos los oídos con un continuo ¡ssshhhhhhh! ¡Silenceee! ¡ssshhhhhhh! ¡Silenceee! Nuestra labor consistía en bailar con los brazos arriba, dándolo todo, pero eso sí, ¡sin música! Recordando la jornada con estas palabras no puedo parar de reír… Un principio apasionante. Pero a medida que pasaban las horas, eso de debutar como “extra de Bollywood” empezaba a ser un poco agotador. Horas y horas de espera en el camerino que sin duda eran interrumpidas con curiosas anécdotas como la invitación a un cumpleaños “privado” en un espacio separado por paredes de sábanas, con tarta de chocolate incluida. Parece que a los indios les gusta el toque occidental para cualquier cosa. Un largo día que nos llevó directos al inconsciente de los sueños nada más llegar al hostal, cuya valla metálica ya estaba cerrada y tuvieron que abrirnos.
Es común reflexionar sobre la pobreza de India, pero resulta difícil encontrar una solución. Darle una moneda a cada mendigo que se acerca a pedirte no arreglaría nada, es más, en muchos casos lo único que provocaríamos sería el enriquecimiento de la multitud de mafias que se apoderan de niños, en su mayor parte, que explotan en las calles o a través de redes de prostitución. Parece inevitable preguntarse hasta qué punto puede llegar la maldad del ser humano. Personas que por asquerosos fines lucrativos rocían con ácido los rostros o amputan extremidades para que sus esclavos den más pena a la hora de mendigar. El alquiler de bebés demuestra también el nivel de miseria que viven muchas familias. Prestan por días y a cambio de unas pocas rupias a bebés de menos de un año que luego jóvenes mujeres pasean en sus brazos como si de un muñeco se tratara, con la cabeza colgando y sin preocuparse por los golpes que pueda recibir. Resulta extremadamente alarmante. Y aunque soy absoluta defensora de muchos de los aspectos que este país nos regala, también hay muchas situaciones que deberían ser abolidas por completo.